Me amo, luego existo
Nací en 1961, hija de La Valentina, la rebelde, quien a los 17 años se metió de cajera de un banco en contra de los deseos de sus padres, que la querían en el Social Femenino estudiando economía doméstica, es decir, a repasar las tablas aprendidas en la primaria para que la cocinera no se la hiciera guaje con las compras y supiera también dar buenas cuentas del gasto que supuestamente le daría un supuesto marido. El esposo sí lo tuvo, lo que nunca tuvo fue el gasto seguro, así que trabajar siete años en el banco antes de casarse le dio la suficiente experiencia para que el mundo no se le viniera abajo.
También soy hija de Jaime, que rebelde no era, no tiene razones un hombre para ser rebelde por el hecho de serlo. La rebeldía sirve para enfrentar la propia situación adversa y él ya era guapo, bailaba bien, era carismático y tenía por esposa más de lo que esperaba: trabajadora y simpática, además de hermosa y fiel.
Yo, por mi parte, resulté cínica, y como domino el arte de hacer lo que se me da la gana y de salirme con la mía casi siempre, no siento que deba tener a cualquier precio a alguien que haga por mí lo que nadie sabe hacer mejor que yo, que es quererme.
A veces creo que soy hombre y me horrorizo, pero luego se me pasa, como dicen los memes, y me sirvo una cerveza.
Claro que ya pasé por el numerito de casarme creyendo que era para toda la vida, pero afortunadamente estaba yo equivocada, y tengo que reconocer que no fui yo la iluminada, sino el padre de mis hijos, quien me confirmó que los cuentos de hadas si tienen final feliz: la libertad.
Tengo dos hijos libres e inteligentes, que son mi referencia del amor verdadero, aquel que hace que te alegres de su mera existencia. Me ayudan a dudar de todo y a la vez confirman mis certezas.
¿Cómo se comunica la pandemia con una mujer como yo? Ella me habla de tú, para dejarme bien claro que si quiere me mata, yo le hablo de usted para defenderme, y ahí la llevamos.
Con respeto le digo que aunque casi sesentona estoy más buena que un chile en nogada, ella me responde con un cinismo también que ya se cargó a la familia Sánchez completita, con todo e hijos.
Como yo no creo que China, ni la mafia farmacéutica, ni Trump sean los culpables de esta situación, ni es la primera vez en la historia de la humanidad que la tierra se queja del trato que le damos, veo pasar la pandemia desde mi ventana y desde la experiencia, como a un coche lleno de borrachos que venía haciendo escándalo dos cuadras atrás y es inevitable que se estrelle en la próxima esquina.
Tampoco creo que el virus lo cure el clorito de sodio, ni el molito de guajolote, sólo lo previene la prudencia, así que como sí puedo darme el lujo, trabajo desde casa, hago más ejercicio y organizo zoompleaños, aunque sigo sin saber cocinar.
Ya leí también los libros de dos años, ya vi buenas y malas películas en Netflix, ya arreglé los closets, ya me contenté con una fea amiga que ya no me lo pareció tanto, ya me llamó un ex que buscaba mejor hospedaje durante la pandemia que su propio depa, ya me arrepentí de haber tratado mal a quien no lo merecía.
Saber quién eres, de dónde abrevas tus locuras y aciertos, y saber qué hiciste para estar parada en esta esquina de tu existencia puede ser una reflexión de cuarentena, pero la pandemia te exige mucho más que eso. Pone a prueba los recursos de toda una vida, pasa una factura inevitable de pagar.
La buena salud, la ausencia de vicios, la educación, la autoestima, la resiliencia y la paz interior son monedas de oro y tener con qué pagar la cuenta sí es un trabajo de toda la vida.